Me encontraba alegre y optimista esa tarde. El haber compartido momentos trascendentales con Violeta - el último había sido charlar de la Ley de Atracción – con tanta intensidad y regularidad, hizo que mi frecuencia cambiara y mi alegría atrajera buenos pensamientos e ilusión, al menos por algunos días. Y ese era uno de ellos. Poder intercambiar visiones de la vida y conocimientos tan íntimos y profundos causa mucho entusiasmo. Ya decía un filósofo francés cuyo nombre no recuerdo que “un placer compartido es doblemente intenso y una pena compartida es media pena.”
Sonriendo por la calle, algo muy raro en mí, fui a comprar algo de merienda para tomar con Violeta. Leila no iba a poder venir pues tenía que trabajar. Con paso ligero y tranquilo, la cabeza alta y una sonrisa en la cara, me estaba sorprendiendo a mí mismo. Yo, que siempre ando encorvado, de mal humor, con la cabeza agachada, arrastrando los pies y perdido en mis pensamientos, estaba observando cómo los colores de las hojas de los árboles iban adquiriendo un tono rojizo en este caluroso final de septiembre. Tenía ganas de tomarme mi tiempo, vivir el presente y observar lo que me rodeaba, desde los matices que iba tomando la naturaleza hasta analizar las miradas de la gente con la que me cruzaba.
Estaba acabando de preparar la merienda cuando dieron las 4 de la tarde y sonó el timbre de casa. Fui a abrir y una Violeta sonriente y jovial apareció por la puerta, lo que reforzó aún más mi buen humor. Violeta transmitía una sensación de bienestar en consonancia con el nuevo camino que había decidido emprender al apostar por su Leyenda Personal, como diría Paulo Coelho en El Alquimista. Y además de eso era puntual, algo que siempre he admirado en la gente. El hecho de vivir en una sociedad impuntual, donde lo normal es llegar quince o treinta minutos tarde, si no más, con o sin justificación, hace apreciar que alguien respete nuestro tiempo y tenga la decencia de llegar a la hora. Hice pasar a Violeta y tras abrir un refresco y picar un poco de jamón y de queso, me comentó que estaba muy ilusionada, pues al día siguiente se iba a ver a su tío Pepín a Barcelona, con quien siempre se ha llevado tan bien. Me alegré mucho de esa nueva noticia, su tío había sido siempre un apoyo primordial en su vida y una vía de escape que le aportaba un criterio, sensatez y una distancia necesaria con respecto a sus padres.
Después de hablar de todo un poco le propuse mirar un resumen de los documentales, Y tú qué sabes y Dentro de la madriguera, que intentan debatir desde la física cuántica qué es la realidad y cómo cada uno de nosotros la generamos. Violeta aceptó encantada y sin más preámbulos le di al play. Empezamos a mirarlo atentamente y en silencio, pues la cantidad de información era relevante y hacía falta tiempo y mucha atención para asimilarla. Violeta cogió un bloc y un bolígrafo y fue anotando algunas frases que le parecieron importantes.
Tras 90 minutos de exposición ininterrumpida y sin decir nada – Violeta a veces tiene la capacidad de permanecer en silencio y no comentar sus pensamientos sobre lo que ve –nos quedamos un tiempo callados, digiriendo lo visto y esperando quién hacía el primer comentario. Lo hizo Violeta, que con toda naturalidad dijo que le había parecido fantástico pero que se iba a la cocina a por unos cacahuetes y más jamón, que tanto pensar le había dado hambre y que no podía ver nada claro sin comer algo. Riéndome la acompañé, pues tenía también hambre, además de sed. Estábamos acabando de merendar cuando le pregunté, ahora en serio, que le había parecido el video. Ella, sirviéndose un vaso de zumo, me contestó que globalmente lo encontraba sumamente interesante, sobre todo en el fondo, pero que la forma dejaba algo que desear, a veces parecía más una película que un documental.
En cuanto al contenido, subrayó, era apasionante y le había aportado mucha información además de ampliarle y aclararle otros tantos conceptos. Vi que su bloc estaba lleno de anotaciones, y cogiéndolo, me dijo que es cierto que solemos olvidar que estamos todos atrapados en unos preceptos que no son inamovibles, sino que evolucionan. Por ejemplo que la Tierra era plana y el centro del universo era una verdad absoluta, indiscutible, y un hereje el que afirmaba lo contrario - que se lo pregunten a Galileo- pero luego resultó ser redonda. Y ahí está lo interesante, -dijo Violeta dejando el bloc y hurgando en el fondo de la bolsa de patatas fritas-, que cada vez que alguien afirma que algo es imposible porque no se ha demostrado científicamente, en una sociedad dominada por el pensamiento racional y el cartesianismo a ultranza, se olvida que quizás hoy no se puede demostrar, pero que no por ello no existe. Hace quince o veinte años en España los que vivían en respeto con la naturaleza, comían alimentos naturales y dietéticos, practicaban terapias orientales y evitaban la medicina tradicional eran tachados de locos. Hoy, poco a poco esto está cambiando, y una persona que come pan integral, va en bicicleta, hace Yoga y se sana con homeopatía ya no es un bicho raro.
Como yo ya había visto los documentales, me limitaba a sonreír y a escucharla. Me encantaba verla entusiasmada y prefería dejarla hablar, tenía curiosidad por saber lo que iba a decir. Violeta, apoyada contra la encimera y hojeando su bloc, prosiguió diciendo que la física cuántica demuestra según el documental lo que ya habíamos hablado: nosotros creamos nuestra propia realidad constantemente, no hay una realidad ajena y común a todos ahí afuera. Se quedó unos segundos en silencio mirando al techo, ordenó sus ideas, esbozó una sonrisa y clavando sus ojos en mí me dijo que lo que le parecía más increíble es haber aprendido que lo que nos imaginamos es tan real como lo que vemos. Le pregunté a Violeta si hacía alusión a los test científicos que han demostrado que si conectamos a una persona a cierta tecnología informática y le pedimos que mire un objeto, se le iluminaran las mismas áreas del cerebro, es decir, se activan las mismas redes neuronales que si le pedimos que cierre los ojos e imagine ese objeto.
Ella me contestó que sí, que le parecía alucinante que el cerebro humano no diferencie lo que ve de lo que recuerda y que la única película que se proyecta en el cerebro es la que estamos preparados o capacitados para ver. Se volvió a quedar en silencio y dijo que si los indios no fueron capaces de ver llegar a las carabelas de Cristóbal Colón aunque las tuvieran delante, simplemente porque no tenían en su cerebro la referencia de ningún objeto con forma de barco y no lo consideraban posible –cuántas cosas nos estamos perdiendo, o no podemos ver en nuestras vidas.
Violeta se quedó pensativa, aproveché para recordarle que, como dice el documental, la física cuántica es una física de probabilidades y que ésta se debe aplicar en nuestras vidas. Pero que sin embargo estamos limitados ya que no nos han educado para pensar en posibilidades, ni siquiera para pensar, sólo para ser tal y como nos han condicionado de pequeños, limitando así las inabarcables opciones que la vida nos ofrece. Violeta asintió y afirmó que está claro que somos mucho más de lo que creemos que somos y que, aunque ya lo sabía, el documental le había permitido cerciorarse de que influimos en todo momento en nuestro entorno. El entorno y nosotros no estamos separados, dijo con entusiasmo, formamos parte del todo, estamos conectados con el todo, no estamos nunca solos. Estamos aquí para ser creadores, estamos aquí para hacer algo con esta vida.
Le contesté que, en efecto, el poder de la mente es tremendo y ella afirmó que así es, y que configuramos nuestra realidad en base a lo que pasa dentro de nuestra cabeza. Construimos modelos de cómo vemos el mundo exterior, nos contamos una historia cualquier información que procesamos se basa en nuestras experiencias, que en realidad nada es fuera de nosotros. Por lo tanto, cuando no podemos hacer algo es sólo porque nos decimos que no podemos, por nada más, explicó. Ahí salió mi mente racional y con un componente de rabia por lo simplista que en mi opinión podía llegar a ser esa afirmación, le dije que no es tan fácil. Le recordé lo que dijo el investigador celular y doctor en medicina, Bruce Lipton, que cuando decidimos algo conscientemente como, por ejemplo, ganar más dinero, si nuestro subconsciente contiene información de que es muy difícil ganarse la vida, será complicado conseguirlo.
Violeta me contestó que sí, pero que a fin de cuentas todo es cuestión de voluntad. De ir identificando nuestros bloqueos poco a poco. Con dedicación y ganando seguridad en nosotros mismos, nos daremos cuenta que somos capaces de afrontar cualquier reto. Es obvio que no seremos ricos de un día para otro, explicó diciendo que ella tampoco había decidido así de sopetón usar la risa como herramienta de vida y que algún día su inconsciente le juega malas pasadas, pero se trata de reprogramarse caminando etapa por etapa, vaciando la mochila de pasado y llenándola de un presente que estamos creando. De esta manera, corroboró entusiasmada, grabaremos en la mente que podemos cumplir con nuestros objetivos conscientes, avanzar y progresar… Las cosas no son como son, sino como queremos que sean y podemos tener dificultades, pero no impedimentos.
Me quedé pensativo, mirando al suelo. Violeta tenía razón en el fondo, lo sabía, pero mi mochila estaba más llena de pasado que de otra cosa y salir de mi refugio implicaba replantearme muchas cosas y darme cuenta de otras tantas que no había sido capaz de hacer y que aún no me veía con fuerzas de afrontar. Violeta se percató de mi mirada.
Le dije que podía tener razón, pero ¿qué pasaba con las emociones? Es un hecho, que el documental nos recuerda, que las emociones son sustancias químicas. Hay una sustancia química para cada emoción que experimentamos. Nosotros somos las emociones y las emociones somos nosotros, no se pueden separar y nos enganchamos a ellas. La heroína, por ejemplo, utiliza los mismos mecanismos receptores de las células que nuestras sustancias químicas emocionales, si podemos engancharnos a ella, también a las emociones.
Ella aceptó mi argumento, pero me advirtió que ese ejemplo es un arma de doble filo y que yo lo estaba usando para reflejar algo negativo. Y las emociones, añadió, no son sólo negativas. La química que provoca el miedo hace que las células mueran, pero la química que provoca la alegría y el amor hace que nuestras células crezcan. Violeta afirmó que podemos engancharnos a emociones buenas y tener una existencia, que con todas sus dudas, inquietudes y momentos duros, sea alegre. Pero todo ello, dijo ella, empieza con un imperativo biológico: los pensamientos positivos, sin ellos configurar una realidad positiva es imposible.
“Todo empieza así Álvaro...“